Publiqué esta nota en el Suplemento Radar de Página/12, una investigación que me tuvo obsesionada durante un tiempo, ya que fue bastante arduo recopilar los datos dispersos de la vida de este personaje.
Unos días después consiguió mi mail y me escribió un obispo!!! católico!!! no recuerdo de qué localidad del conurbano, que me invitaba a su morada terrenal para juntarnos a charlar de Crowley... que miedito!!!
Pessoa, Rilke, Rodin, Xul Solar, los Beatles, Jimmy Page y Marilyn Manson se encandilaron alguna vez con él. Bautizado por su propia familia y la prensa británica como La Bestia del Apocalipsis, Aleister Crowley desafió tanto a la reina Victoria como a Mussolini y anticipó en varias décadas la consigna rockera de sexo, droga y rebelión. Ante la noticia de que Bruce Dickinson (el cantante de Iron Maiden) y Terry Jones (de los Monty Python) se preparan a rodar una película sobre él, Radar ofrece una simpática biografía del ocultista que atacó el orden social y político de su época con una única herramienta: la prédica del descontrol emocional.
Magos eran los de antes. Basta repasar sucintamente la historia de Aleister Crowley para comprobarlo: convivió durante décadas con un harén multitudinario, absorbió drogas full-time hasta la tercera edad, evadió decenas de acusaciones de asesinato, sobrevivió a la persecución de Benito Mussolini y –digno final– murió a las 72 primaveras, de viejo.
La Bestia del Apocalipsis (cariñoso apodo con que lo bautizó su propia familia) tuvo una infancia difícil. Sus padres pertenecieron a una de las sectas religiosas más represivas de la historia: los Hermanos de Plymouth. Tal era el fanatismo desplegado por los progenitores hacia sus preceptos místicos, que le prohibían al hijo leer cualquier libro que no fuera la Biblia, se negaban a prodigarle cualquier demostración de afecto y, de yapa, solían propinarle feroces soplamocos y torturas con hierros candentes cada vez que profería alguna palabra pecaminosa. Pero Aleister se las ingenió desde purrete para mostrarle al mundo que era un pichón de rebelde: solía pasear por su vecindad completamente desnudo, señalándose el falo al grito de: “¡Cristo también tiene uno!”. Cuando transitaba su tierno octavo año de vida, un día decidió despellejar y quemar a un gato vivo; según él, había una importante tesis por demostrar: que el infeliz felino no tenía más que una sola y perra existencia, en vez de las siete vidas que se le atribuían.
La Bestia del Apocalipsis (cariñoso apodo con que lo bautizó su propia familia) tuvo una infancia difícil. Sus padres pertenecieron a una de las sectas religiosas más represivas de la historia: los Hermanos de Plymouth. Tal era el fanatismo desplegado por los progenitores hacia sus preceptos místicos, que le prohibían al hijo leer cualquier libro que no fuera la Biblia, se negaban a prodigarle cualquier demostración de afecto y, de yapa, solían propinarle feroces soplamocos y torturas con hierros candentes cada vez que profería alguna palabra pecaminosa. Pero Aleister se las ingenió desde purrete para mostrarle al mundo que era un pichón de rebelde: solía pasear por su vecindad completamente desnudo, señalándose el falo al grito de: “¡Cristo también tiene uno!”. Cuando transitaba su tierno octavo año de vida, un día decidió despellejar y quemar a un gato vivo; según él, había una importante tesis por demostrar: que el infeliz felino no tenía más que una sola y perra existencia, en vez de las siete vidas que se le atribuían.
Se dice de mí
El joven Edward Alexander Crowley –que se bautizó Aleister para no honrar el nombre paterno– nació en Leamington Spa en 1875 y estudió en Cambridge, donde se dedicó sistemáticamente a enloquecer a sus educadores. Brillante alumno, se negaba sin embargo a que le tomaran exámenes. Aun así, uno de sus profesores le propuso colaborar en una investigación sobre religiones de la antigüedad; esta tarea despertó al sedicioso ilustrado un deseo ferviente de entender las más intrincadas teorías esotéricas y los cultos derivados de antiguos dogmas pre-cristianos. Una vez alejado de la vida académica, en 1898, Crowley montó una ingeniosa operación de prensa (se hizo pasar por un excéntrico conde ruso) para estimular las ventas de su ensayo poético sobre religión y erotismo White Stains (“Manchas blancas”, en obvia alusión al fluido seminal), logrando que generara cierta expectativa dentro del ambiente intelectual de la época. “Si el cristianismo avala el sufrimiento, el castigo y la opresión sexual, pues entonces pertenezco al Diablo y me quiero ir al infierno”, vociferaba en sus conferencias a quien quisiera oírlo. En la victoriana sociedad inglesa de principios de siglo, el joven Crowley acostumbraba tomar sol desnudo en playas concurridas, practicaba abiertamente la magia blanca y la otra, promulgaba sin empacho su atracción por las mujeres pero no le hacía asco ni a los varoncitos ni a las orgías populosas y, cuando se enteró de la defunción de la reina Victoria (en 1901), organizó un ágape público para festejar “la muerte del peor símbolo de la intolerancia social y religiosa”.
Por aquellos días se iniciaba su pésima relación con la prensa británica, mientras era aceptado en la sociedad secreta esotérica Golden Dawn. Crowley conoció allí al poeta William Butler Yeats y le entregó una obra de teatro de su autoría, a efectos de que la honrara con su mirada crítica. Al parecer, la pieza no fue del agrado del poeta irlandés, quien no le obsequió elogio alguno. Pero la autoestima del mago no decayó: “Igual le hice admitir su inferioridad”, le confesaría años después a su biógrafo. En 1902 Crowley trabó amistad con Somerset Maugham. De hecho, el personaje central de la novela The Magician (1908) de este último estuvo inspirado en Crowley; y no lo dejó muy bien parado, ya que describe a un mago loco y maléfico, dueño de una omnipotencia absurda, llamado OliverHaddo. Crowley sabía que semejante desprecio provenía de las insistentes burlas que le hacía a Maugham, minimizando su talento para la escritura.
El joven Edward Alexander Crowley –que se bautizó Aleister para no honrar el nombre paterno– nació en Leamington Spa en 1875 y estudió en Cambridge, donde se dedicó sistemáticamente a enloquecer a sus educadores. Brillante alumno, se negaba sin embargo a que le tomaran exámenes. Aun así, uno de sus profesores le propuso colaborar en una investigación sobre religiones de la antigüedad; esta tarea despertó al sedicioso ilustrado un deseo ferviente de entender las más intrincadas teorías esotéricas y los cultos derivados de antiguos dogmas pre-cristianos. Una vez alejado de la vida académica, en 1898, Crowley montó una ingeniosa operación de prensa (se hizo pasar por un excéntrico conde ruso) para estimular las ventas de su ensayo poético sobre religión y erotismo White Stains (“Manchas blancas”, en obvia alusión al fluido seminal), logrando que generara cierta expectativa dentro del ambiente intelectual de la época. “Si el cristianismo avala el sufrimiento, el castigo y la opresión sexual, pues entonces pertenezco al Diablo y me quiero ir al infierno”, vociferaba en sus conferencias a quien quisiera oírlo. En la victoriana sociedad inglesa de principios de siglo, el joven Crowley acostumbraba tomar sol desnudo en playas concurridas, practicaba abiertamente la magia blanca y la otra, promulgaba sin empacho su atracción por las mujeres pero no le hacía asco ni a los varoncitos ni a las orgías populosas y, cuando se enteró de la defunción de la reina Victoria (en 1901), organizó un ágape público para festejar “la muerte del peor símbolo de la intolerancia social y religiosa”.
Por aquellos días se iniciaba su pésima relación con la prensa británica, mientras era aceptado en la sociedad secreta esotérica Golden Dawn. Crowley conoció allí al poeta William Butler Yeats y le entregó una obra de teatro de su autoría, a efectos de que la honrara con su mirada crítica. Al parecer, la pieza no fue del agrado del poeta irlandés, quien no le obsequió elogio alguno. Pero la autoestima del mago no decayó: “Igual le hice admitir su inferioridad”, le confesaría años después a su biógrafo. En 1902 Crowley trabó amistad con Somerset Maugham. De hecho, el personaje central de la novela The Magician (1908) de este último estuvo inspirado en Crowley; y no lo dejó muy bien parado, ya que describe a un mago loco y maléfico, dueño de una omnipotencia absurda, llamado OliverHaddo. Crowley sabía que semejante desprecio provenía de las insistentes burlas que le hacía a Maugham, minimizando su talento para la escritura.
El Nuevo Testamento
Un día de abril de 1904, el mago viajó a Egipto, convencido de que estaba a punto de recibir una revelación de los dioses. Pasó tres días deambulando dentro de la Gran Pirámide, y cuando por fin salió, escribió un libro “dictado por el dios Horus”, que según él, resumía las nuevas Tablas de la Ley. En Haz lo que quieras, su curiosa obra “sagrada”, Crowley escribió: “El ocaso del mandato de los dioses ha llegado, y no hay nada por encima de la voluntad individual. Cada hombre es su propio dios, y la nueva religión consiste en dar rienda suelta a todos los instintos y sentimientos que están ocultos en lo profundo del espíritu. Haz lo que realmente quieras y serás tu dios. Si te reprimes, serás un esclavo de la nada. Cada hombre es una estrella. El pecado es restringirse”. Otra de las máximas fundamentales del libro dice: “Es necesario disolver las relaciones con los intermediarios de la vida pública y la vida espiritual. Los líderes religiosos y comunitarios sólo obran en beneficio propio. Cada individuo es su propio soberano y tiene derecho a elegir su forma de vida, su vestimenta, su discurso, sin someterse a las formas sociales ni a los dogmas”.
“Mr. Aleister Crowley abandonó Londres para partir hacia Rusia. Esto contribuirá seguramente a mitigar el riguroso invierno de San Petersburgo. Debemos felicitarnos de habernos liberado temporalmente de unos de los peores blasfemos de los tiempos modernos. Pero, deberíamos preguntarnos por qué Scotland Yard lo dejó partir en paz”, decía el periódico The Looking Glass, el 17 de diciembre de 1910. La bailarina Isadora Duncan, el poeta Rainer María Rilke y el escultor Auguste Rodin comenzaron a frecuentarlo por esos años, en París (Crowley tradujo al inglés el “Poema del Hachís” de Baudelaire, así como los Pequeños poemas en prosa, que también ilustró, y colaboró con Rodin en la edición del libro Rodin in Prose). El portugués Fernando Pessoa también quiso conocer al misterioso escandalizador. Mantuvo con él una larga relación epistolar, pero cuando por fin se concretó el ansiado encuentro, en Lisboa, Pessoa se espantó: le pareció que Crowley era un genio, pero totalmente desequilibrado. Aun así, en su libro Presencias incluyó un poema que también forma parte del volumen Magick in Theory and Practice, del temido Aleister. Xul Solar también tuvo el placer de conocer al mago, en París en 1924. Intercambiaron muchas cartas, y es fácil deducir que la fascinación que nuestro crédito local sentía por la astrología y la magia ritual fue cebada por aquel extravagante europeo, a tal punto que, en 1961, Xul lo inmortalizó en un retrato. Dos potencias se saludaron allá por 1930: Aldous Huxley y Crowley se encontraron en Alemania. Por entonces, el escritor redactaba el ensayo En busca de un nuevo placer, en el que imaginaba una droga inofensiva para la salud pero capaz de alejarnos del aburrimiento crónico, y ya tenía bastante avanzada la escritura de Un mundo feliz, que se publicaría en 1932, al parecer libre de toda influencia de La Bestia.
Un día de abril de 1904, el mago viajó a Egipto, convencido de que estaba a punto de recibir una revelación de los dioses. Pasó tres días deambulando dentro de la Gran Pirámide, y cuando por fin salió, escribió un libro “dictado por el dios Horus”, que según él, resumía las nuevas Tablas de la Ley. En Haz lo que quieras, su curiosa obra “sagrada”, Crowley escribió: “El ocaso del mandato de los dioses ha llegado, y no hay nada por encima de la voluntad individual. Cada hombre es su propio dios, y la nueva religión consiste en dar rienda suelta a todos los instintos y sentimientos que están ocultos en lo profundo del espíritu. Haz lo que realmente quieras y serás tu dios. Si te reprimes, serás un esclavo de la nada. Cada hombre es una estrella. El pecado es restringirse”. Otra de las máximas fundamentales del libro dice: “Es necesario disolver las relaciones con los intermediarios de la vida pública y la vida espiritual. Los líderes religiosos y comunitarios sólo obran en beneficio propio. Cada individuo es su propio soberano y tiene derecho a elegir su forma de vida, su vestimenta, su discurso, sin someterse a las formas sociales ni a los dogmas”.
“Mr. Aleister Crowley abandonó Londres para partir hacia Rusia. Esto contribuirá seguramente a mitigar el riguroso invierno de San Petersburgo. Debemos felicitarnos de habernos liberado temporalmente de unos de los peores blasfemos de los tiempos modernos. Pero, deberíamos preguntarnos por qué Scotland Yard lo dejó partir en paz”, decía el periódico The Looking Glass, el 17 de diciembre de 1910. La bailarina Isadora Duncan, el poeta Rainer María Rilke y el escultor Auguste Rodin comenzaron a frecuentarlo por esos años, en París (Crowley tradujo al inglés el “Poema del Hachís” de Baudelaire, así como los Pequeños poemas en prosa, que también ilustró, y colaboró con Rodin en la edición del libro Rodin in Prose). El portugués Fernando Pessoa también quiso conocer al misterioso escandalizador. Mantuvo con él una larga relación epistolar, pero cuando por fin se concretó el ansiado encuentro, en Lisboa, Pessoa se espantó: le pareció que Crowley era un genio, pero totalmente desequilibrado. Aun así, en su libro Presencias incluyó un poema que también forma parte del volumen Magick in Theory and Practice, del temido Aleister. Xul Solar también tuvo el placer de conocer al mago, en París en 1924. Intercambiaron muchas cartas, y es fácil deducir que la fascinación que nuestro crédito local sentía por la astrología y la magia ritual fue cebada por aquel extravagante europeo, a tal punto que, en 1961, Xul lo inmortalizó en un retrato. Dos potencias se saludaron allá por 1930: Aldous Huxley y Crowley se encontraron en Alemania. Por entonces, el escritor redactaba el ensayo En busca de un nuevo placer, en el que imaginaba una droga inofensiva para la salud pero capaz de alejarnos del aburrimiento crónico, y ya tenía bastante avanzada la escritura de Un mundo feliz, que se publicaría en 1932, al parecer libre de toda influencia de La Bestia.
Academias Crowley
Además de internarse en las más diversas doctrinas ocultistas, desde la magia ritual a la cábala, el brujo estudió largamente el tantrismo. Esta milenaria disciplina hindú postula que, a través de la práctica de inusuales ritos eróticos, es posible lograr el entendimiento profundo de la naturaleza humana, develar las sagradas incógnitas del Universo y alcanzar el más alto grado de intuición e iluminación espiritual. Para ser rebelde hay que bancársela, habrá pensado el mago cuando encontró una marketinera forma de subsistir con su profesión preferida: trabajar de sí mismo. El polifacético personaje (experto ajedrecista, astrólogo, artista plástico y arriesgado alpinista) se entregó al sacerdocio de la docencia, y durante años se dedicó a acoger discípulos en su casa: jóvenes ricos con tristeza, ávidos de conocer los secretos de la magia negra y adentrarse en las extravagantes ceremonias iniciáticas que el gurú preparaba para sus adeptos.
Crowley no era un mero teórico: nada le gustaba más que predicar con el ejemplo y solía impartir sus enseñanzas por medio de rigurosos trabajos prácticos, como colgar a sus amantes de una viga para inspeccionar zonas erógenas ignotas o afilar sus caninos hasta lo impensable para hundirlos en la piel de sus discípulos, entre otras simpáticas actividades. Heroína, cocaína, opio, hachís y mezcal perfumaban y coloreaban los sentidos del alumnado del mago, antes, durante y después de cada voluptuosa ceremonia.
La búsqueda del orgasmo, la investigación de sus disparadores físicos y psíquicos, fueron su obsesión absoluta. “Quien no conoce sus zonas de placer, quien no busca traspasar los límites de su goce”, repetía a sus alumnos, “no es dueño de su vida, no reconoce su costado divino y está condenado a la pasividad y la ignorancia”. Es curioso observar cómo Crowley reitera en sus escritos un postulado que, con otro discurso y partiendo de fuentes de estudio muy diferentes, también formuló el psicólogo marxista alemán Wilhelm Reich: la estrecha relación entre opresión sexual y dominación socio-política.
Además de internarse en las más diversas doctrinas ocultistas, desde la magia ritual a la cábala, el brujo estudió largamente el tantrismo. Esta milenaria disciplina hindú postula que, a través de la práctica de inusuales ritos eróticos, es posible lograr el entendimiento profundo de la naturaleza humana, develar las sagradas incógnitas del Universo y alcanzar el más alto grado de intuición e iluminación espiritual. Para ser rebelde hay que bancársela, habrá pensado el mago cuando encontró una marketinera forma de subsistir con su profesión preferida: trabajar de sí mismo. El polifacético personaje (experto ajedrecista, astrólogo, artista plástico y arriesgado alpinista) se entregó al sacerdocio de la docencia, y durante años se dedicó a acoger discípulos en su casa: jóvenes ricos con tristeza, ávidos de conocer los secretos de la magia negra y adentrarse en las extravagantes ceremonias iniciáticas que el gurú preparaba para sus adeptos.
Crowley no era un mero teórico: nada le gustaba más que predicar con el ejemplo y solía impartir sus enseñanzas por medio de rigurosos trabajos prácticos, como colgar a sus amantes de una viga para inspeccionar zonas erógenas ignotas o afilar sus caninos hasta lo impensable para hundirlos en la piel de sus discípulos, entre otras simpáticas actividades. Heroína, cocaína, opio, hachís y mezcal perfumaban y coloreaban los sentidos del alumnado del mago, antes, durante y después de cada voluptuosa ceremonia.
La búsqueda del orgasmo, la investigación de sus disparadores físicos y psíquicos, fueron su obsesión absoluta. “Quien no conoce sus zonas de placer, quien no busca traspasar los límites de su goce”, repetía a sus alumnos, “no es dueño de su vida, no reconoce su costado divino y está condenado a la pasividad y la ignorancia”. Es curioso observar cómo Crowley reitera en sus escritos un postulado que, con otro discurso y partiendo de fuentes de estudio muy diferentes, también formuló el psicólogo marxista alemán Wilhelm Reich: la estrecha relación entre opresión sexual y dominación socio-política.
La comunidad organizada
Corría la década del 20 cuando el mago decidió divulgar sin egoísmos la revelación que le habían conferido los dioses. Para concretar su anhelo didáctico se instaló en Cefalú, un pueblito del sur de Italia, en una mansión en la que convivió con amantes de ambos sexos, hijos y discípulos. Bautizó este nido como la “Abadía de Thelema”, denominación que tomó prestada del Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Policromáticas drogas, satánicas ceremonias y estrafalarias piruetas sexuales colectivas, matizaban el modus vivendi de ese hogar, dulce hogar. Las chicas del mago merecen una mención. Una de ellas fue una viuda acaudalada, que aceptó su oferta de matrimonio sin consumación para que no la acosaran potenciales pretendientes. El culebrón terminó de un color lejano al rosa: él la forzó al sexo, ella intentó matarlo pero finalmente se enamoró del maldito perverso, que para entonces no le daba ni la hora. Otras de sus amantes despegaron inexorablemente hacia el manicomio o se suicidaron.
Muchos de sus devotos expiraron misteriosamente, en aparentes suicidios o muertes súbitas sin explicación. El esoterista McGregor Mathers –ex jefe de la Golden Dawn– murió convencido de que las demoníacas emanaciones de Crowley lo estaban debilitando. Las persecuciones judiciales en su contra no tardaron en iniciarse, pero nunca se comprobó que Aleister asesinara a nadie. Diversos reporteros trataron de probar que la Bestia sacrificaba niños, apoyando sus argumentos en uno de los escritos de Crowley que instaba a “aplastar miles de semillas de vida, en una operación de Noveno Grado” (no entendieron que, para los códigos de Aleister, la operación mencionada era meramente el ejercicio unipersonal de la masturbación). Algunos oficiales del ejército italiano comenzaron a realizar retiros espirituales en la “Abadía de Thelema”; cuando la información llegó a oídos de Mussolini, el dictador planeó organizar un grupo comando para fusilarlo. Sin embargo, sus asesores lo disuadieron, con el argumento de que la venganza sería terrible, en caso de que el brujo fuera una encarnación de Lucifer. El Duce optó, entonces, por expulsar a la comunidad Crowley de Italia en 1923.
Corría la década del 20 cuando el mago decidió divulgar sin egoísmos la revelación que le habían conferido los dioses. Para concretar su anhelo didáctico se instaló en Cefalú, un pueblito del sur de Italia, en una mansión en la que convivió con amantes de ambos sexos, hijos y discípulos. Bautizó este nido como la “Abadía de Thelema”, denominación que tomó prestada del Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Policromáticas drogas, satánicas ceremonias y estrafalarias piruetas sexuales colectivas, matizaban el modus vivendi de ese hogar, dulce hogar. Las chicas del mago merecen una mención. Una de ellas fue una viuda acaudalada, que aceptó su oferta de matrimonio sin consumación para que no la acosaran potenciales pretendientes. El culebrón terminó de un color lejano al rosa: él la forzó al sexo, ella intentó matarlo pero finalmente se enamoró del maldito perverso, que para entonces no le daba ni la hora. Otras de sus amantes despegaron inexorablemente hacia el manicomio o se suicidaron.
Muchos de sus devotos expiraron misteriosamente, en aparentes suicidios o muertes súbitas sin explicación. El esoterista McGregor Mathers –ex jefe de la Golden Dawn– murió convencido de que las demoníacas emanaciones de Crowley lo estaban debilitando. Las persecuciones judiciales en su contra no tardaron en iniciarse, pero nunca se comprobó que Aleister asesinara a nadie. Diversos reporteros trataron de probar que la Bestia sacrificaba niños, apoyando sus argumentos en uno de los escritos de Crowley que instaba a “aplastar miles de semillas de vida, en una operación de Noveno Grado” (no entendieron que, para los códigos de Aleister, la operación mencionada era meramente el ejercicio unipersonal de la masturbación). Algunos oficiales del ejército italiano comenzaron a realizar retiros espirituales en la “Abadía de Thelema”; cuando la información llegó a oídos de Mussolini, el dictador planeó organizar un grupo comando para fusilarlo. Sin embargo, sus asesores lo disuadieron, con el argumento de que la venganza sería terrible, en caso de que el brujo fuera una encarnación de Lucifer. El Duce optó, entonces, por expulsar a la comunidad Crowley de Italia en 1923.
Más allá del bien y del mal
Así como Nietzsche sostenía en El Anticristo que “el cristianismo se ha puesto del lado de todo lo débil, de todo lo bajo, de todo lo fracasado y el hombre fuerte ha sido siempre considerado como un tipo reprobable”, la secta Golden Dawn instaba a sus iniciados a perseguir la utopía de transformarse en semidioses, sometiéndolos a un ritual que consistía en pasar días enteros encerrados en una cripta mortuoria, rodeados de símbolos místicos y repitiendo invocaciones mágicas. Después de esta experiencia, aseguraban, nada podía ser igual que antes en la vida de un hombre común: ya no había hombre, sino más que hombre. En la Alemania prenazi las organizaciones secretas y mágicas se extendían como reguero de pólvora. Un diario berlinés certifica la presencia de Crowley en esa ciudad en 1930. Si bien menciona sus prácticas ocultistas (con datos reales y otros de leyenda), afirma que el mago había ido a exponer sus pinturas en Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial Crowley había vivido en Nueva York, donde fue contratado para trabajar en el periódico pro-germano Fatherland y aprovechó este espacio editorial para defenestrar a la Corona inglesa (proponiendo, por ejemplo, que se convirtiera en una colonia de Alemania y Francia). Sin embargo, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial el mago ofreció su cooperación al servicio de inteligencia inglés. Por entonces, un agente sugirió que Crowley era el hombre indicado para interrogar al nazi Rudolph Hess. Ese agente, con el tiempo, sacaría mayores provechos de su imaginación. Se trataba de Ian Fleming, el creador de James Bond.
Así como Nietzsche sostenía en El Anticristo que “el cristianismo se ha puesto del lado de todo lo débil, de todo lo bajo, de todo lo fracasado y el hombre fuerte ha sido siempre considerado como un tipo reprobable”, la secta Golden Dawn instaba a sus iniciados a perseguir la utopía de transformarse en semidioses, sometiéndolos a un ritual que consistía en pasar días enteros encerrados en una cripta mortuoria, rodeados de símbolos místicos y repitiendo invocaciones mágicas. Después de esta experiencia, aseguraban, nada podía ser igual que antes en la vida de un hombre común: ya no había hombre, sino más que hombre. En la Alemania prenazi las organizaciones secretas y mágicas se extendían como reguero de pólvora. Un diario berlinés certifica la presencia de Crowley en esa ciudad en 1930. Si bien menciona sus prácticas ocultistas (con datos reales y otros de leyenda), afirma que el mago había ido a exponer sus pinturas en Alemania. Durante la Primera Guerra Mundial Crowley había vivido en Nueva York, donde fue contratado para trabajar en el periódico pro-germano Fatherland y aprovechó este espacio editorial para defenestrar a la Corona inglesa (proponiendo, por ejemplo, que se convirtiera en una colonia de Alemania y Francia). Sin embargo, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial el mago ofreció su cooperación al servicio de inteligencia inglés. Por entonces, un agente sugirió que Crowley era el hombre indicado para interrogar al nazi Rudolph Hess. Ese agente, con el tiempo, sacaría mayores provechos de su imaginación. Se trataba de Ian Fleming, el creador de James Bond.
Hierba mala...
Corría el primer día del mes de diciembre de 1947 cuando el corazón de Aleister dijo basta, y decidió pasar a ¿mejor? vida. Tenía, entonces, 72 años, una edad que podría verse como lógica para la recta final de un hombre común, pero no tan lógica para una bestia que consumió más de diez gramos diarios de heroína durante sus últimas dos décadas de vida.
Cuando el género humano ya tenía la certeza absoluta de haberse librado del hombre más perverso del mundo (así lo calificó siempre la prensa londinense), Aleister Crowley resucitó involuntariamente en las inquietas cabecitas de la generación del amor libre. En la portada de Sgt. Pepper’s, el mítico disco de los Beatles, está presente su imagen entre los personajes célebres del siglo que acompañan al cuarteto de Liverpool (en la edición CD se lo define como “dabbler in sex, drugs and magic”). Ozzy Osbourne compuso un tema en el que mantiene un diálogo imaginario con él: “Mr. Crowley (Blizzard of Ozz)”. En la canción “Quicksand” de 1971 David Bowie decía: “Estoy cada vez más cerca de The Golden Dawn / inmerso en el uniforme imagístico de Crowley”. El director Kenneth Anger, que había filmado un documental sobre la vida del mago en 1955, estrenó once años más tarde Inauguration of the Pleasure Dome, otro largo basado en los rituales erótico-mágicos patentados por Crowley. Incluso alquiló una mansión que le había pertenecido al mago, a orillas del Lago Ness, que posteriormente compró Jimmy Page. Devoto de la literatura ocultista, el guitarrista de Led Zeppelin adquirió también manuscritos y objetos personales de Crowley. E incluyó en la edición original del tercer álbum de la banda una inscripción con el lema del Libro de la Ley: “Haz lo que quieras”. Joy Division tomó prestado el primer verso de un libro del mago (Book of Thot) para su tema “Transmissioni”. Marilyn Manson menciona en “Missery Machine” el pensionado erótico-esotérico de Italia (“Cabalguemos a la Abadía de Thelema / donde la sangre es pavimento”) en el disco Portrait of an American Family.
Créase o no, el mago también puede entrar en los rankings discográficos: en algún lugar del planeta alguien se ocupó de masterizar y digitalizar la única grabación en la que se puede escuchar su voz recitando sus poemas (a veces en inglés, a veces en un idioma incomprensible, porque al igual que Xul Solar, inventó su propia lengua). El registro original data de 1920 y fue grabado en un cilindro de cera. Este archivo de audio pronto estará disponible en Internet, según prometen en la página www.lsi.usp.br/usp/rod/magick/aleister_crowley.html. Y, por si todo eso fuera poco, Bruce Dickinson, el cantante de Iron Maiden, anunció hace poco que está dando forma a un guión cinematográfico en el que resucita a Crowley a partir de un experimento científico. A fin de este año comienza el rodaje, de la mano de Terry Jones, de los Monty Python. Desde su morada celestial, la Bestia sigue vociferando sexo, drogas y magia para todo el mundo.
Corría el primer día del mes de diciembre de 1947 cuando el corazón de Aleister dijo basta, y decidió pasar a ¿mejor? vida. Tenía, entonces, 72 años, una edad que podría verse como lógica para la recta final de un hombre común, pero no tan lógica para una bestia que consumió más de diez gramos diarios de heroína durante sus últimas dos décadas de vida.
Cuando el género humano ya tenía la certeza absoluta de haberse librado del hombre más perverso del mundo (así lo calificó siempre la prensa londinense), Aleister Crowley resucitó involuntariamente en las inquietas cabecitas de la generación del amor libre. En la portada de Sgt. Pepper’s, el mítico disco de los Beatles, está presente su imagen entre los personajes célebres del siglo que acompañan al cuarteto de Liverpool (en la edición CD se lo define como “dabbler in sex, drugs and magic”). Ozzy Osbourne compuso un tema en el que mantiene un diálogo imaginario con él: “Mr. Crowley (Blizzard of Ozz)”. En la canción “Quicksand” de 1971 David Bowie decía: “Estoy cada vez más cerca de The Golden Dawn / inmerso en el uniforme imagístico de Crowley”. El director Kenneth Anger, que había filmado un documental sobre la vida del mago en 1955, estrenó once años más tarde Inauguration of the Pleasure Dome, otro largo basado en los rituales erótico-mágicos patentados por Crowley. Incluso alquiló una mansión que le había pertenecido al mago, a orillas del Lago Ness, que posteriormente compró Jimmy Page. Devoto de la literatura ocultista, el guitarrista de Led Zeppelin adquirió también manuscritos y objetos personales de Crowley. E incluyó en la edición original del tercer álbum de la banda una inscripción con el lema del Libro de la Ley: “Haz lo que quieras”. Joy Division tomó prestado el primer verso de un libro del mago (Book of Thot) para su tema “Transmissioni”. Marilyn Manson menciona en “Missery Machine” el pensionado erótico-esotérico de Italia (“Cabalguemos a la Abadía de Thelema / donde la sangre es pavimento”) en el disco Portrait of an American Family.
Créase o no, el mago también puede entrar en los rankings discográficos: en algún lugar del planeta alguien se ocupó de masterizar y digitalizar la única grabación en la que se puede escuchar su voz recitando sus poemas (a veces en inglés, a veces en un idioma incomprensible, porque al igual que Xul Solar, inventó su propia lengua). El registro original data de 1920 y fue grabado en un cilindro de cera. Este archivo de audio pronto estará disponible en Internet, según prometen en la página www.lsi.usp.br/usp/rod/magick/aleister_crowley.html. Y, por si todo eso fuera poco, Bruce Dickinson, el cantante de Iron Maiden, anunció hace poco que está dando forma a un guión cinematográfico en el que resucita a Crowley a partir de un experimento científico. A fin de este año comienza el rodaje, de la mano de Terry Jones, de los Monty Python. Desde su morada celestial, la Bestia sigue vociferando sexo, drogas y magia para todo el mundo.